En 1978, Edward Said se preguntó qué era lo que detonaba nuestra curiosidad hacia una cultura
ajena a la nuestra, sentando las bases de lo que ahora se conoce como post colonialismo. Bajo
el concepto de orientalismo, se refirió a una actitud condescendiente del hombre blanco que
puede ser profundamente ofensiva hacia una cultura alejada a la suya.
La ingenua curiosidad occidental por desmitificar lo que para una cultura ajena es propio,
lleva invariablemente a malinterpretarla, exaltando románticamente la cotidianidad del otro.
Así, la búsqueda de sentido de una comunidad urbana privilegiada, cuyos ritos y costumbres son no
solamente absurdos y banales, sino también cada vez más violentos, llevan a alguno que otro
despistado a buscar refugio en la idea romántica de una cultura indígena poco comprendida.
Teju Cole lo dijo en menos de 140 caracteres: “El salvador blanco apoya políticas brutales por la mañana,
fundaciones de caridad en la tarde y recibe premios en la noche.”
La fiesta del tambor es una celebración de varios días dedicada principalmente a agradecer a la temporada
de lluvias por la cosecha que permitirá la supervivencia de un pueblo. El Carnaval de Bahidorá es, según
su página web, “un estado de sensibilidad, entendimiento y libertad infinita.”
Y así, una cultura se arranca, se despedaza, para insertarla en lo más profundo de su opuesto.