INFONAVIT

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Carlos Ortega Arámburo


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Carlos Ortega Arámburo



No existe organización que hermane política y arquitectura como INFONAVIT. A nivel mundial, la historia de la vivienda obrera ha sido pretexto de arquitectos y diseñadores para realizar ejercicios de eficiencia espacial, como la liga de trabajadores de Viena o el proyecto de la Weissenhoff para trabajadores alemanes. En México, la obra de Juan Legarreta en la década de los cuarenta y el auge de los multifamiliares en décadas posteriores culminarían en la consolidación del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores, durante el sexenio de Luis Echeverría en 1972. INFONAVIT ha sido uno de los instrumentos del estado mexicano para exhibir su generosidad hacia sus trabajadores más responsables.

Un crédito INFONAVIT significa uno de los apoyos más significativos en la vida de miles de mexicanos que trabajen de manera formal. Basta con estar afiliado al IMSS y un trabajo estable para solicitar un crédito.

Desde su penúltima administración, a cargo de Alejandro Murat, actual gobernador de Oaxaca*, el Instituto ha procurado incorporar al roster de arquitectos publicados en revistas de diseño, y sistemas sustentables, de una manera que pareciera reducirse a cambiar el tipo de acabado en una casa y el color en otra. Formalismo inútil.

Pasé buena parte de mi infancia y adolescencia en distintas viviendas construidas por el Instituto de Seguridad Social para las Fuerzas Armadas Mexicanas (ISSFAM), construidas con los mismos estándares de eficiencia que INFONAVIT, espacios donde cualquier nicho es crucial, y cualquier cosa que sirva para distinguir una vivienda de otra es bienvenida. No es irracional querer decorar una fachada de otro color distinto a la del vecino, si esto va a servir para distinguirme del vecino.

La vivienda popular es la periferia, el antónimo de plusvalía. Las fotografías de familias viviendo amontonadas, como los de la artista Livia Corona Benjamin, teniendo que ‘abusar’ de un programa arquitectónico insuficiente, al acomodar a miembros adicionales, retratan lugares donde el ejercicio de la ciudadanía se reduce a lo que un grupo de expertos consideraron era suficiente. Comprar refresco y jugar basket. El resto de los usos emanarán, como siempre, por necesidad.

La idea de dignidad guarda la verdadera moral del estado. ‘Fomento a la vivienda’, ‘Vivienda digna’ , ‘barrio seguro’, y otro sorteo de frases hechas no hacen más que aunar en una manera de concebir el acto de morar con el mismo criterio con el que se aborda el emplazar un tiradero municipal. La dignidad, al igual que la noción de vivienda popular, continuará siendo uno de las estampas de la desigualdad, hasta que no se eduque en exigir una manera menos discriminatoria de arrendar. Mientras tanto, lo marginal permanecerá donde y como el estado y sus expertos consideren debe permanecer.

*Junto con su esposa, Murat es propietario de un departamento en la calle 40 Oeste, en Manhattan, Nueva York, valuado en 1 millón 800 mil dólares. Con esta cifra es posible adquirir un poco más de cien viviendas populares construidas por el Instituto, con un precio promedio de 340,000.00 cada una.